A la luz de las velas medité aquella noche en mi habitación, sola y con la simple pero siempre agradable compañía de mi gato.
Dos pequeñas velas alumbraban mis ideas, dos velas verdes, perfumadas y cuyas llamas oscilaban de un lado a otro al antojo del leve aire que se colaba por una pequeña rendija que había dejado en la ventana horas atrás.
Acerqué las velas, la una a la otra, sin que se tocasen pero hasta que sus llamas bailases al unísono.
Sus danzas hipnotizaban mi mente y me alejaban de aquella habitación.
De repente la corriente de aire que hacía que las llamas oscilasen de aquella manera, se cebó con la vela más próxima y apagó su llamita.
La otra siguió bailando, agena a todo aquello.
Soplé ligeramente la llama que aún quedaba encendida, y soplé en dirección a la mecha apagada, pero aún tíbia, de la otra vela. La llama osciló peligrosamente intentando alcanzar la mecha, pero no llegaba.
Volví a intentarlo, pero el resultado fue exactamente el mismo.
Pensé en soplar con más fuerza, y así lo hice, pero la llama se apagó como si mi soplido hubiese sido aquella corriente de aire frío.
...Y volví a encender la vela con una cerilla de cera...
Finalmente opté por inclinar la vela prendida, y aunque derramase lágrimas de cera, al menos encendió a su compañera y pudieron bailar ambas llamas al unísono de nuevo.
12 de noviembre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario